martes, 24 de marzo de 2009

Otra de Sabines...



Para muchas personas Jaime Sabines es un poeta de cabecera. Sus versos y letras son la compañía perfecta a solas, a oscuras, en la calle, en el Metro; un deleite al oído. Siempre tan ad hoc, embonan a la perfección con lo que sentimos y vivimos. Al menos para mí así es Sabines.
Atesoro una entrevista que le hicieron a su viuda, doña Josefina, hace cinco años o más en un periódico de circulación nacional (si mal no recuerdo y ni siquiera soy fan de Guadalupe Loaeza, ella fue la entrevistadora), en la que explica su historia de amor. Tan singular, única como ese hombre –a quien me hubiera encantado conocer. Sí, el ala geriátrica es lo mío ¿qué le hacemos?
Aunque bien podía ser mi abuelo– que nunca perdió la esperanza de hallar a su amor en la gran ciudad de México.

Ambos eran estudiantes, ella en la Facultad de Odontología y él en la de Filosofía. Cuando el maestro chiapaneco llegó a la capital no supo en dónde localizar a su eterno amor, así que esperaba en la parada del tranvía, al norte del Defé, por si de casualidad veía a su novia.

Un día de tremenda llovizna, él le envió un telegrama que decía “está lloviendo a cantaros como tú en mi corazón”.

Cursi, pensarán algunos. Nada sublime y ordinario, opinarán otros. pero ¿qué hombre de nuestra época dice ahora algo semejante? ¡Ninguno! Si no lo piensa no lo dice por temor, así que mucho menos lo escribe. No queremos un Sabines II, no lo habrá, con ese tono y cadencia que nos deleita cuando escuchamos Los amorosos o Yo no lo sé de cierto; la nostalgia y los suspiros –en lo personal las ganas de llorar– que genera No es que muera de amor y la razón que tiene en su alabanza a las mujeres de la vida galante en Canonicemos a las putas.

Quizá, luego de terminar una relación en vez de mentar madres y repartir chingados a diestra y siniestra o llorar, podríamos rezar Espero curarme de ti, para completarlo con Si sobrevives, éste es genial, breve:

Si sobrevives, si persistes, canta,
sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: ama,
apresúrate. El viento de las horas
barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes,
éste es el tiempo de vivir, el único
.
Hasta en estos tiempos de crisis económica, mejor Cantemos al dinero, como él escribió.
Jaime Sabines perdura en la memoria colectiva, en El peatón, en este Puerto libre, en Bellas Artes (hace dos domingos que por ahí pasé con mi amigo M. y si él no quería, ni modo, era para obligatoria y bálsamo para el alma que no andaba tan bien que digamos). También en los nicks del messenger, ¡aaah, Sabines! Al igual que a usted, Me encanta dios.

He conocido pocas personas que disfrutan igual o más que yo de Sabines, que saben más sobre él y no termino de sorprenderme… ¿quién más?

lunes, 16 de marzo de 2009

The Savages

I don’t like you anymore


Ante la demencia senil que su padre, Leonard, ha comenzado a desarrollar, los hermanos Wendy y Jon Savage deciden, después de algunos descontentos, internarlo en un asilo.

Jon, doctor en filosofía, radica en Buffalo y Wendy, dramaturga, tiene un trabajo freelance en Nueva York. Sus vidas cambian radicalmente a partir de llevar a su padre a un lugar en donde puedan cuidar de él.

No es que ellos no lo hagan. Están al tanto de qué sucede y le visitan; sin embargo, les es difícil aceptar que su papá ha perdido la lucidez. No saben cómo afrontar la situación que el anciano vive, además momentáneamente piensan por qué cuidar de alguien a quien le importaron poco.

Aun ante esa contrariedad, velan por el bienestar del viejo. ¿Quién diría que el final de su padre sería el motivo por el cual también la relación fraternal es reforzada? Así transcurre esta historia familiar no lejana a la realidad.

La historia personal tanto de Jon como de Wendy pasa a un segundo plano, no menos importante y bastante interesante, cuando Leonard se convierte en la prioridad para ambos.

Finalmente el hombre muere. Como toda pérdida es, sin duda, triste y dolorosa para los hijos. Aunque lo más penetrante, y que nos hace reflexionar, es la ausencia de recuerdos, de sentido desgastados e invisibles en la memoria a través del tiempo.




Ya entrada la noche, la historia de los Savage me recuerda inevitablemente a mi abuela Ángela. Para ella, escuchar las campanas de la iglesia significa el llamado a la misa del 10 de mayo; hace la misma pregunta cinco veces, quizá más (a veces dice cosas muy graciosas como “¿para qué te casas?”, “anda pélate” o “si el marido o la mujer ya no te sirve, cámbialo”).

Casi de madrugada, reí - reímos. Tendidos sobre un sofá comodísimo. Empiernados como dos buenos y grandes amigos vimos por primera vez… la historia de los Savage, gracias. Quizá algún día, seremos amigos, con lo que eso implique, creo.





** La canción no tiene qué ver con la peli, es más el soundtrack de las últimas escenas de mi realidad, je.

viernes, 6 de marzo de 2009

Malos ratos

Como todo en esta vida, hay cosas y personas que a través del tiempo mejoran mientras que otras, pues no son agradables ni feos, sino feísimos, ja. Eso le sucedió a un ex compañero de la primaria que vi hace dos días, justo frente a nuestra antigua escuelita y hoy nuevamente me lo tope en la fila para pagar el teléfono –o bueno ‘el servicio telefónico’ –. Supongo que él no me reconoció y si sí, da igual.

Se llama Héctor, también apodado ‘El Chivigón’ o ‘Chivis’ –¿por qué el alías? No supe o no lo recuerdo – era codiciadísimo por todas las niñas de mi salón, incluyéndome claro, en cuarto año. Fue objeto de culto más o menos hasta sexto, porque lo desbancó un niño con nombre de dios azteca / prehispánico (Tlahuicol).

Regresando al Chivigón, recuerdo que ERA simpático, moreno y siempre olía fresco, locioncita, bien peinado, impecable. Igual se lo debía a su mamá, quien hacía de él un galancito e inflaba el ego cada vez que le decía cuán guapo se veía y obvio que no cualquier nenita se lo merecía. Si la memoria no me falla, a Héctor se lo disputaron Tania, hija de una maestra, y Samantha, siendo ésta la airosa.

¡Aaaay los niños! El amor cegaba antes, ahora no sé. Al menos hoy al verlo pensé ‘ufff, tengo malos ratos, pero no malos gustos’.

El Chivis entra en la categoría de ‘malos ratos’, jaja. Si yo no crecí (mido 1.57) mucho, él ¡no crecióóóóóóóó nadaaaa! Es más enano que yo, ¿que cómo lo sé? Aah, porque hubo un momento, en la hilera, que quedé frente a él. Luego me dio la espalda y lo noté, unos tres o cuatro centímetros le saco.

Pero igual noté que no hay gran espacio entre su cuello y cabeza –tipo Cuauhtémoc Blanco –; el tono de la piel no le cambió, su mandíbula parecía de viejito sin dentadura y la cicatriz, producto de la caída en una zanja, que iba de la mejilla hacia los labios todavía es notoria.

Tiene cuerpo de señor con panza chelera. Llevaba pulseritas, cadenas y un anillote de oro, tampoco tipo narco, aunque esos accesorios, desde mi humildísima perspectiva, son incompatibles con los caballeros, por no citar ‘corrientes’.

Y sigo pensando… Tengo malos ratos, pero no malos gustos. Ay no, no soy frívola, sólo que hay a quienes el tiempo, tal vez lo excesos o qué sé yo les pasan factura. Ooooh sí.