viernes, 28 de noviembre de 2008

Frío

Mi mano derecha está fría. Hace mucho frío, no me gusta porque me pone triste, más todavía.

Mi mano izquierda tiembla. Estoy triste, estoy sola –no hay nadie en casa– y quiero llorar y quiero que ya sea primavera, pero que el tiempo se detenga para saltar los 25, evadirlos pues.

No me simpatiza el invierno y nací en él.

Ha llegado un e-mail de M. y sentí nostalgia y presión y cosquilleo del pecho hacia los brazos y estoy afligida y el clima no ayuda. Dice poco, casi nada.

M., también espero saber pronto de ti. Para cuando eso suceda, ojalá ya no haga frío ni aquí ni allá.

Hace frío y con éste llegó además la lúgubre noticia de que Crecer terminó. Sólo le tocaron dos meses de bajas temperaturas. Extrañaré escribir para ti, dejas tarea en mi escritorio. Creí en ti y creíste en mí.

Ni modo, es de noche y hace frío.

martes, 25 de noviembre de 2008

La historia de María

María murió hace nueve meses, a los 50 años de edad. Tenía cáncer de colón, a pesar del tratamiento anticancerígeno no sobrevivió. El cáncer había invadido otros órganos.

Ni los medicamentos ni las quimioterapias y radioterapias lograron destruir el dolor que María tuvo, no en el cuerpo, sino en el alma, ¿por qué? ¿Cómo…no entiendes?

A ella no la mató el cáncer, sino los golpes, el maltrato, el abandono, tal vez la indiferencia, quizá su sumisión. María se ahogó en el silencio mientras la violencia, en casa, la aniquiló.

Un día, decidió acudir el médico, pues ya no podía con la inmensa tristeza que sentía. Además tenía sangrados anales y vaginales constantes que no controlaba con nada. Recibió un tratamiento con el cual no mejoró ni empeoró físicamente. No obstante, María quería morir.

¿Y cómo no desearlo, tras más de 20 años de vivir junto a un alcohólico, quien la golpeaba si la comida no le gustaba o si ella trataba de defender a sus hijos o si ella visitaba a sus padres sin consentimiento de él?

María tuvo la esperanza de que algún día, él cambiara. Nunca sucedió. Durante esa espera, ella vio cómo sus hijos mayores optaron por formar una familia (era la opción más inmediata, no sé ni calificaré de “sencilla”) para dejar atrás los golpes de su padre.
María aún se quedaría con su hija la menor, Verónica, quien ahora con tan sólo nueve años de edad, no lo expresa, pero sabe qué significa haber perdido a su madre, no comer sopa caliente, no llevar la tarea completa y estar sola.

Sola como muchas veces María se sintió, sin saber y comprender que era todo lo contrario. Sin saber que ella era –quizá– la número 67 de cada 100 mujeres que en México, de acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres, son víctimas de la violencia y que la forma más frecuente de ser violentadas, es por parte de la pareja.

María en sus últimos días confesó, a sus hermanos, “pensé que ustedes no me iban a apoyar”.

Víctima de violencia física, psicológica, económica y patrimonial, María ignoraba que existe el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Tal vez, si todavía viviera, hoy sabría que se le celebra y hoy ésta no sería su historia.

A María la venció la violencia. Lejos de ser vista como un ser humano y mujer con derechos, fue vista como un objeto, algo/alguien que no tenía derecho a decidir.

Hoy, ¿de qué le sirven a María las misas cada mes en su memoria? ¿Para qué le sirve el “arrepentimiento” de su pareja? Y ¿de que servirán dos mil millones de pesos, del presupuesto al País, si realmente no tomamos conciencia de este problema?

Un asunto que es en palabras de la directora de Fundación Pro Ayuda a la Mujer, Mercedes Vallenilla, “un problema […] que lo viven 7 de cada 10 mujeres. Es el problema que vive la mujer mexicana, no es el cáncer de mama, pero todo el mundo cree que son otros problemas, lo que pasa es que no queremos hablar de ese tema”.

Como la historia de María, sin duda hay muchas más. Pero ésta la escribo porque María era mi tía, la hermana menor de Mamá maestra y porque estoy segura de que a través de redes de apoyo a las mujeres y la comprensión tanto de hombres como mujeres al respecto, éste disminuirá.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Del CCH y otras cosas

Ayer recordé mis tiempos CCHceros e inevitablemente mis ojillos se humedecieron.

Durante el trayecto de regreso a casa luego de una entrevista que realicé (pronto post al respecto de
Fundación Origen), pasé a través de Periférico Norte y el cruce de la Vía Gustavo Baz. Ahí, en la parada estaban muchos adolescentes, estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades –CCH– Naucalpan, en espera del pecero.

Entonces caí en la cuenta de que hace 10 años, conocí a Liz. Mi amiga la que venía desde Zumpango; a quien todo el salón la odio por inteligente y siempre participativa; la que llevaba tres tortas porque salía a las 05:00 horas de su casa para llegar a tiempo.

Al terminar las clases, nos quedábamos Liz, Saray, Ivette y yo a hacer la tarea en la biblioteca y los policías siempre nos corrían porque todo el tiempo nos reíamos y decían que ese espacio no era mercado.


Los maestros también nos alucinaban. La maestra –muy enferma– que nos dio historia universal antes de iniciar la clase, decía “Choreño (apellido de Liz) cambiate de lugar. No las quiero juntas porque hablan y hablan…”; la profe de química nos soportaba más a fuerza que de ganas. Con ella rompimos un tubo de ensayo, pura risa nos causó y psss que se enoja la QFB (Química Farmacéutica Bióloga), cuyo nombre si mal no recuerdo es Carolina.

Tampoco nos quería, pero le demostramos los fregonas que podíamos ser con un trabajo sobre el agua. A todos los equipos les devolvió su investigación, cuando le pedimos el nuestro, lo tomó y dijo “este me lo quedo. Fue el mejor y más creativo”. Ni qué decir, sin palabras.

¡¡¡Aaaaaaah y la Huelga del 99, cuando Barnés de Castro era el Rector!!! Sí me tocó y tomé clases extramuros. Una mañana llegamos y el CGH (Consejo General de Huelga) ya había cerrado la escuela. Así la mantuvieron casi ocho meses.

Algunos tíos me decían que mejor entrara a otra escuela –privada–, una tía me ofreció su casa en Toluca si optaba por una preparatoria allá. Pero ¡noooooo! No quería abandonar, más que la escuela o el lugar, lo que la Universidad representa. Sino pregunten a otros, que como yo, han tenido la oportunidad de estar en esta enorme institución.

Cuando escuchas “UNAM”, la mente te remite a un equipo de fútbol, a CU, a la Rectoría, a las Islas, al Centro Cultural Universitario, a la Biblioteca Central, a los institutos de investigación, al canal universitario, a los Nóbeles egresados de la Máxima Casa de Estudios; a la magnífica Gloria Contreras, a la lucha, las utopías, las ideas por las que han trabajado y han dado grandes personajes del País … A tanto, que aun después de tres años de haber egresado, no termino de conocer.

Sin embargo, me desvié un poco del tema, el CCH nos cambia la vida, para bien o mal, pero la cambia. Su sistema de enseñanza es diferente que el de la ENP (Escuela Nacional Preparatoria), en el CCH –aunque es motivo de risa– el mobiliario, por ejemplo, es de mesitas y sillitas como en un jardín de niños, no es una banca con la paleta sobre la cual escribes.

Mi CCH, dicen, es el más grande o ahí se la lleva con el Sur. En mi CCH subesbajassubes porque como que está construido sobre un cerro, jejeje.

En mi CCH conocí a mis grandes amigas, con quienes a pesar del tiempo y del contexto que cada una escogió, mantenemos contacto. Liz es abogada y con mención honorífica de la mérita Facultad de Derecho.

Ahí, en el Naucalpan, también conocí al Cuartel: Jessica, Tania y Sandra, ingeniera en alimentos, diseñadora gráfica-fotógrafa y contadora, respectivamente. Con ellas, durante el último año del colegio, hice un diario colectivo, el cual se rolaba diariamente o si la clase estaba poco interesante, mejor escribías en la “Bitácora”.

Una bitácora conformada por cuatro cuadernos, con anécdotas, recaditos, monitos, posters, anécdotas en rosa-azul-morado-verde; canciones, hombres desnudos, fotos, retratos, disculpas luego de discutir y por supuesto, el comentario del metiche que se sorprendía de nuestra paciencia y compromiso por cargar la megabiblia siempre.

Eso es y significa para mí el Colegio de Ciencias y Humanidades. Por esto es que añoré esos viejos tiempos. Ayer fue un reencuentro con sitios que creía olvidados.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cual naca fan de Peña Nieto...

Sí, le tomé fotos.

Mamá maestra me pidió que le acompañara a la capital mexiquense, a una ceremonia del ISSEMYM (instituto de Seguridad Social y Municipios del Estado de México), la versión pues del IMSS nomás que en territorio de Enrique Peña Nieto, quien, me parece, debería llevar el titulo de “gober precioso” y no Mario Marín, ¡uuuch!, el jueves pasado.

Como –miembro– jubilada por esta institución mamá maestra asistió con otras compañeras, igual maestras. No era obligatorio, al contrario, les pagan el autobús y dan luch (sanwich de jamón, jarrito pa’tomar y una naranja).

Sin embargo, salir de los municipios conurbados del Edo. Méx., a las 07:00 horas, hacia cualquier punto del Defé, es terrible. Si te va bien, unos 120 minutos de camino te avientas, sino, bah…perdiste tu valioso tiempo.

Llegar a Toluca nos tomó casi tres horas. Pensamos que la ceremonia apenas comenzaba con la presencia de Peña Nieto, y ¿qué creen? Psss que no, ya los bailes, cantos, poesías, recitales –lo que haya habido– habían sido desde muy temprano y que el Gobernador llegó a la clausura.

El auditorio aquel, del cual no recuerdo el nombre, estaba llenísimo. Hasta la mother de jubilados, no sé si maestros todos, pero sí de gente que trabajo al servicio del Magisterios estatal o en la administración pública.

Escuché el discurso de todas las autoridades ahí presentes. Vi el corralito pa’los de prensa e ilusionada pensé que por ahí podría andar mi amiga la Niña Toluca, mas naaa.

Ya cuando habló el amigo de la Gaviota (quien no entienda quién es, ahí me dice ¿vale?), yo estaba sentadota –en el suelo– y pensé “ahí está su nota, compañeritos” cuando él dijo que gestionaría y haría lo posible para ayudarles con una compensación económica. ¿Mááás? Bueee, no les va mal, pero si lo hace será hasta que llegue a los Pinoles, igual se le olvida, no sé.

La celebración concluyó y las fans de Peña Nieto, ni tardas ni perezosas, esperaron a que saliera. ¡¡Aaay ternuritas!! Y de verdad, escuché “pues que valga la pena haber venido, mínimo un taco de ojo”.


Ni está tan guapo, se ha desmejorado.

Lo entrevisté durante su campaña, hace como tres años. Sus babitas me tocaron, jajaja, y bien amable me ayudó a caminar junto a él porque los monigotes que lo cuidaban no me daban paso.




Ahí nomás pa’despedirme, cómo ven que conocí a un ingeniero jubilado de CFE (Comisión Federal de Electricidad), en el evento ese, me platicó que percibe 24 mil pesotes al mes, además de los ocho mil varotes que el IMSS le da. No dudo que los merezca, ya trabajó un chingo, pero no conozco a nadie que gane actualmente esa cantidad.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Casualidad o destino?

El pasado martes, poco antes de las 19:00 horas, estaba con mis papás y otros familiares en Valle de Bravo. Era un día de campo ameno, fresco.

Cuando el sol comenzó a ocultarse, le pedí a uno de mis primos que camináramos, contestó que no pues estaba cansado; así que decidí andar por ahí, sola, en el campo. Tomar algunas imágenes, respirar profundo y pensar en lo que ha sido y no posible estos últimos meses de la vida.

Nunca imaginé que mientras intentaba olvidarme de todo y desconectar mi cabeza de la información, en el DF, una tragedia ocurría: el Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, junto con miembros de la dependencia que el dirigía y José Luis Santiago Vasconcelos, Secretario Técnico para la Aplicación de las Reformas de Seguridad y Justicia Penal, murieron cuando el jet en el que viajaban chocó contra un edificio y posteriormente se incendió, al cruce de la Av. Paseo de la Reforma con Periférico.

Cuando llegamos a casa de mis tíos, comencé a ver diferentes noticiarios. Emisiones gringas y hasta venezolanas ya daban cuenta de lo ocurrido en la ciudad de México; no era pues cualquier avión ni cualquier cristiano muerto.

Creo que nadie, de las personas con quienes veía la televisión, daba crédito. Dudamos y comenzaron –entre los primos y tíos– los supuestos de qué y quiénes podrían haber hecho algo así.

Yo, la verdad, les he de confesar que pensé en lo joven que era Mouriño (36 años de edad); recordé cuando en este año, él fue portada para la revista Quién, en la que entre tanta frivolidad hablaba desde el origen del titular de SEGOB hasta de su rol como padre de tres niños.

Me estremeció la noticia y en ese momento, aunque parezca increíble, le dije a mis papás “por algo, no nos fuimos hoy; ya ven por qué nos quedamos”. Sí porque nuestra visita a Valle de Bravo era relámpago; habíamos planeado regresar el martes.

La hora en que hubiéramos pasado por donde el lugar del accidente, era la hora en que esto sucedió.

Sin embargo, el martes por la mañana cuando mi mamá llevaba bolsas y mi maletita al carro, mi papá hizo un gesto de cuan a gusto estaban tanto él como mi sobrina jugando con los perros, así que mejor nos quedamos.

La noche del martes, luego de que Marcelo Ebrard dio a conocer los nombres de las personas que viajaban en el jet, me hizo ruido uno de estos: Norma Angélica Díaz, ‘jefa de información’, según dijo el Jefe de Gobierno de la ciudad.

Ayer muy temprano, el Secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, en conferencia de prensa, reiteró los nombres de quienes fallecieron y nuevamente el de esta chica. Entonces le dije a mi mamá “yo la conocí. No maches, má, nadie merece morir así”.
Mi madre pensó que yo bromeaba, respondió
–no creo, igual la confundes–
–Sí la conocí. Estoy segura, ella trabaja con Miguel el que fue mi jefe en Gober– contesté estremecida.

Efectivamente era la misma Angélica que conocí. Bajita, con anteojos y amable que traté más o menos bien cuando intenté hacer mi servicio social en esa dependencia.

La recuerdo en los pasillos o cuando me dio la bienvenida e igual cuando la vi después, al visitar a Miguel.

No sé qué decir, qué más expresar a todas y cada unas de las personas víctimas del accidente, a aquellas que transitaban a pie y en sus vehículos por ahí, a ellas sin deberla ni temerla estaban quizá en el momento incorrecto y lugar erroneo.

He leído en algunos blogs, que ni si quiera vale la pena mencionar, líneas de indiferencia, con el argumento de la política nacional es detestable que psss ya qué más da la muerte de uno otro.

Ésta apatía e indiferencia es igual o peor de detestable y nos debería de avergonzar.

En otras páginas se afirman hechos que ni siquiera nos constan,
un asesinato ; con todo el respeto que este ‘periodista’ merece, aun cuando su hipótesis sea cierta y los mexicanos no somos tontos, y estamos hartos de que nos den atole con el dedo, tal afirmación no se hace sin pruebas suficientes.

Si lo que intentó decir es que tras el choque, Juan Camilo Mouriño murió, pues entonces hasta la cabeza de la nota está mal, porque un accidente no asesina ¿o sí?

Un periodista/reportero no emite juicios ni posturas aunque las tenga. Nuestro deber –sí, me considero y soy periodista– informa, transmite lo que ve y escucha. No distorsiona y antes de aseverar un hecho o dar la nota, nuestra tarea es confirmar al100 por ciento que lo que escribimos o decimos es cierto. Es el lector, el televidente o radioescucha quien a través de la información tomará una postura y forjará su propia opinión.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Allanamiento de moradas

Acompañé a mamá maestra al panteón a dejar flores –Día de muertos– en la tumba de su hermana.

Aunque es una tradición, es triste que los camposantos luzcan bonitos nomás una vez al año; que vaya la docena de nietos a limpiar la tumba sólo por hoy, que recuerden más los hijos al papá muerto ahora, tres metros bajo tierra.

Es triste también que cada mes, luego de morir, la familia del difunto mande a pedir u ore por el alma del finado.

¿Acaso con eso libra el vivo/los vivos la culpa por haber tratado mal al muerto?

Fotos en el panteón. Intenté hacerlo con discreción y rápido, no fuera a ser la de malas y la gente me corría.


Me gustó esta tumba, sin exceso ni lápidas. Arbolitos nada más. Pero cuando muera, optaré y será mi última voluntad la incineración. Breve espacio la cajita donde te depositan.





Así las tumbas. Ahí los muertos que no descansan en paz.