miércoles, 28 de noviembre de 2007

Quimera

Ahí estaban solos y desnudos en un cuarto de hotel para cumplir fantasías mutuas. Él con el estrés laboral y la presión familiar a cuestas; ella con la inseguridad y zozobra cuando trató de desanudar su garganta para gritarle “ya no quiero seguir contigo, ni las cogidas me retienen a tu lado”, mas no pudo. Mientras él llegó al límite de sus sentidos, sin causar el más mínimo placer a ella, convirtiéndola en un vasto y vulgar depósito de semen, ella le golpeó las piernas con tanta fuerza que ésta logró excitarlo aún más y prolongar su erección.

Los gemidos y las palabras en búsqueda de mayor satisfacción que él pedía solo acompañaron el dolor de tenerlo dentro junto al enorme vacío y silencio que a ella le producía. Ahogó sus palabras y fijó la mirada hacia el otro edificio, sobre la ventana de un baño, en la que sobresalían botellas de shampoo. Apoyada con fuerza en la cama buscó los brazos del hombre, los guío hacia sus pechos oscilantes, de pronto lo apartó de su lado.

Aquella delicia nunca llegó, en su lugar apareció una dolencia más allá de lo físico que él percibió, y quiso resarcir, cuando ella lloró. Tal parece que él tropezó con el nudo no deshecho momentos antes y preguntó “¿me vas a dejar verdad?” “no lo haré, te quiero”, respondió ella. Las frases de consuelo fueron imprescindibles y las promesas inmediatas.

Él no terminaba de secar una lágrima cuando otra escurría, parecía desconcertado sin saber qué decir, le repetía constantemente “no pasa nada, tranquila, te quiero”. Quizá pensó: “qué le pasa, vieja loca, nunca conocí a alguien que se mal viajara tanto, ya se clavó y ahora cómo chingados la dejo; qué azotada.”

Ella, sin dejar de mirar el techo, se reprochó dentro de si: “eres una cobarde e insegura, qué hiciste no que ya no, viniste decidida a dejarlo qué pasó, que poca credibilidad tienes, quiérete, míralo como él a ti...Sexo y ya, con la mano en la cintura escoge a la siguiente él lo aclaró ¿recuerdas? Lo sé, cállate, sé con quién estoy y no soy víctima.”

Sobre la cama de paso, la número cuatro del Ermita, estaban acostados un hombre y una mujer huecos, tristes y preocupados cada uno por su vida, con Marilyn Monroe como testigo sobre una de las oscuras paredes. ¡Que ironía! Una rubia mirándolos, la exhuberancia de ésta, él la encontró en una mujer con características contrarias a las de la sex symbol de la comedia Los caballeros las prefieren rubias. Una güera, el estereotipo de belleza gringa que él crítica y rechaza, según el tamaño de tetas que le agraden.

Llegaron al mismo hotel, en donde iniciaron un año antes exactamente al salir de la oficina y disimular como buenos compañeros de trabajo que se trataba de un aventón porque ya era muy tarde para abordar un taxi; el mismo lugar y precio que prefirieron en vez del restaurante acogedor con menú hindú. Quién imaginó que la hora para comer es el tiempo de regodearse, de engañar y engañarse.

Entraron ávidos, como aquella primera tarde- noche de jueves; con la diferencia de que era medio día del viernes, después de que él olvidó la espera de 30 minutos y sonrió al verla llegar. Ella abrió la puerta del automóvil, de inmediato justificó su retraso y le advirtió que callara, una demora no le afectó a nadie, ella soportó tantas que la cuenta se le fue.

Sus piernas y brazos entrelazados se confundieron sin principio ni fin, yacían en un lecho almidonado y percudido. El turno de la empleada arriba del jefe terminó sin trascender. Tal vez sintió asco, desesperación, impotencia o frustración al no lograr su plenitud y sólo contemplar el deleite que su sexo proporcionaba al hombre. Mirándose a los ojos intercambiaron posiciones pero sus miradas lucían disipadas, parecía una disputa de poder, por saber quién poseía mejor y con exactitud.

Ninguno planeó esa fusión de cuerpos; sin embargo, ambos la esperaban con ansia sin contar que hallarían más dudas y menos satisfacción. Disimularon con desinterés hasta que Ana dijo “tengo ganas, no quiero comer, vamos pero no al cucarachero ese de la última vez”. Miguel obedeció para terminar la batalla cuando él miro el reloj que dejó sobre el buró, ambos debían regresar a sus actividades, se desvanecieron fantasías porque nada ocurrió.

6 comentarios:

Luna Nueva dijo...

Maldita cosa llamada Nostalgia.

Miss Pinky dijo...

.... me quedé asi pensando en experiencias similares.... aaaammmmm
uff

(quita las letritas verificadoras porfiiiis)

Karina dijo...

Lunitanueva: ¿Será nostalgia? Ya no sé, ya no sé.

Miss Pinky: Ay si las paredes y camas de los hoteles hablaran...

Unknown dijo...

Mi querida Karina, me gusta cómo describes el ambiente, los gestos, la conversación... Hay algo sórdido y sensual al mismo tiempo... algo muy real, nada que ver con el mundo de los sueños... Felicidades, un placer leerte,
V.

Cofradía dijo...

Creo que me paso lo mismo que otras ... me hiciste recordar cuantas veces callamos.

Saludos
Chilosa

Karina dijo...

Poeta querido:
Y dice mi maestro del taller literario que al ambiente le faltó mayor descripción...Olores, sobre todo olores.

No, no es sueño, es un golpe bajo al alma que tanto hombres como mujeres pasamos.

Chilosa:
Estas letras gritaron lo que callamos.